Las naciones soberanas tienen el derecho, al igual que los individuos, de decidir a quién entablar un discurso. Estados Unidos habla con sus enemigos, Rusia, Irán y Cuba, por ejemplo, para promover una convivencia más pacífica. Esta relación siempre está a un pequeño paso del conflicto, pero prohibir cualquier conversación podría resultar, por ejemplo, en una percepción errónea de las maniobras de entrenamiento militar como una acción hostil, una que conduce fácilmente a la guerra.
Cuando las naciones son miembros de una organización intergubernamental como las Naciones Unidas, cuyo objetivo principal es la resolución pacífica de conflictos [1], se pueden imponer sanciones contra los Estados miembros que comercian con naciones que amenazan la paz y la seguridad del mundo.
Los seres humanos, independientemente de su origen étnico o religión, tienen derecho a vivir, seguros de saber que toda la vida humana se valora por igual. La guerra viola este principio más básico; la vida no es una mercancía barata y desechable. La guerra, por lo tanto, es un crimen contra la humanidad.
Es hora de reconocer esto y dejar de abogar por la matanza generalizada de personas como una alternativa viable a la resolución de conflictos.
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[1] Mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas